En la Semana Europea de la Movilidad Sostenible
Ricardo Martí Fluxá
Presidente del Instituto Tomás Pascual Sanz
El cambio climático influye en nuestra salud. Afecta al aire que respiramos y nos envuelve, al agua y a los alimentos que bebemos y comemos; pero también puede afectar a otros determinantes de la salud como la vivienda, el suelo, la atmósfera, la seguridad alimentaria o la atención sanitaria.
En la segunda edición del informe “Prevención de enfermedades a través de entornos saludables: una evaluación global de la carga de la enfermedad a partir de los riesgos ambientales” publicado por la OMS, se indica que los factores de riesgo ambientales, como la contaminación del aire, el agua y el suelo, la exposición a los productos químicos, el cambio climático y la radiación ultravioleta, contribuyen a más de cien enfermedades o traumatismos.
“Un ambiente sano es la base de la salud en la población”, señaló Margaret Chan, directora general de la OMS, quien añadió: “Si los países no adoptan medidas para que los ambientes en los que se vive y se trabaja sean sanos, millones de personas seguirán enfermando y muriendo prematuramente”.
El factor de riesgo más claro y evidente para nuestra salud es la contaminación del aire que respiramos ya que aumenta la morbilidad derivada de accidentes cerebrovasculares, cánceres de pulmón y enfermedades respiratorias crónicas y agudas, entre ellas por ejemplo el asma y las alergias. Según las últimas estimaciones de la OMS sobre morbilidad a nivel mundial, la contaminación del aire exterior e interior provoca unos siete millones de defunciones prematuras, siendo uno de los mayores riesgos sanitarios mundiales, comparable a los riesgos relacionados con el tabaco, superado únicamente por los riesgos sanitarios relacionados con la hipertensión y la nutrición.
En el año 2013 la OMS realizó un estudio a través de su Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer. En él se determinó que la contaminación del aire exterior es carcinógena para el ser humano y está estrechamente relacionado con el aumento de la incidencia de varios tipos de cáncer, entre ellos, los de pulmón, vejiga y vías urinarias.
Los gases con efecto invernadero provocan el aumento de temperatura y este aumento afecta a nuestra salud. Las temperaturas extremas tienen una incidencia directa en las defunciones por enfermedades cardiovasculares y respiratorias a cualquier edad, pero son más críticas entre los más vulnerables como los ancianos y los niños. Está claramente demostrado como aumentan las defunciones por estas enfermedades en población vulnerable durante las olas de calor. Por otra parte, las temperaturas altas aumentan el resto de contaminantes y sus efectos.
El cambio climático también afecta directamente al suministro de agua potable. La variabilidad en las lluvias incide directamente no solo en la cantidad disponible de agua sino también en su calidad. En el mundo hay más de seiscientos millones de personas que no tienen acceso al agua potable, casi el 10% de la población mundial. Abrir el grifo y disponer de agua potable y de buen sabor es un lujo al que no damos muchas veces suficiente valor en nuestras sociedades desarrolladas.
Por otra parte, estos cambios afectan directamente a la producción de alimentos básicos en muchas regiones provocando hambrunas. Ello aumentará la prevalencia de malnutrición y desnutrición que influyen directamente en la salud.
Existen estudios de organizaciones y universidades de prestigio que relacionan el efecto directo del aumento de CO2 con el valor nutricional de los cultivos. En dichos estudios se reconoce que la relación entre los niveles de CO2, la reducción de nutrientes como proteínas y algunos micronutrientes esenciales y el aumento de los carbohidratos de los alimentos de origen vegetal es una realidad y una amenaza para todo el planeta a nivel de salud nutricional. En uno de esos estudios se llega a la conclusión de que a mayor volumen de emisiones de gases de efecto invernadero hay un mayor grado de inseguridad alimentaria. Y no podemos olvidar que algunos contaminantes se incorporan a la cadena trófica a través de la alimentación. Por ejemplo, el mercurio en el pescado o el arsénico en el arroz.
Debemos tomar conciencia de la importancia y de la magnitud del problema. A nuestro nivel, podemos colaborar en esta lucha con pequeños gestos diarios. Podemos utilizar los transportes colectivos, la bicicleta o caminar, mantener nuestros vehículos a punto y usar transportes que consuman energías limpias. Podemos reducir la calefacción y el aire acondicionado a la temperatura adecuada, revisar periódicamente las instalaciones de calefacción, ahorrar energía no olvidando luces encendidas, electrodomésticos conectados o en stand by. También es importante reducir y separar los residuos que generamos, utilizar el punto verde para reciclar los residuos como aceites, pilas, fluorescentes y otros contaminantes, controlar el agua que gastamos en casa, usar la ducha en vez de llenar el baño y reducir las pérdidas de agua por averías. Y no nos olvidemos de llenar la lavadora, reducir el tamaño de la cisterna y cerrar el grifo mientras nos afeitamos o lavamos los dientes.
Consejos que pueden y deben extrapolarse a las empresas y grandes corporaciones. Como agentes sociales de primer orden, las compañías tienen la responsabilidad de contribuir a la mejora de nuestro entorno, luchando contra el cambio climático: el uso de energía renovable, la utilización de flotas de vehículos sostenibles, la implementación de planes de eficiencia energética, el diseño de envases eco-sostenibles o la compensación de la huella de carbono con acciones medioambientales son pilares fundamentales en la batalla contra la contaminación y la polución.
Si todos nosotros, ciudadanos y empresas, aplicamos estas medidas estaremos contribuyendo eficazmente a reducir la contaminación ambiental y así mejoraremos nuestra salud.