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El 20 por ciento de los cánceres son atribuibles a la obesidad

Evitar o al menos reducir la obesidad y el sobrepeso es una de las estrategias más efectivas para reducir el cáncer, además de no fumar. Si prevenimos la obesidad prevenimos el cáncer”, ha afirmado el Dr. Carlos A. González, jefe de la Unidad de Nutrición, Ambiente y Cáncer del Instituto Catalán de Oncología (ICO).

Según el último informe de la World Cancer Foundation (2007), la evidencia de que la obesidad aumenta el riesgo de cáncer es convincente en diversos tipos de tumores, no sólo relacionados con el aparato digestivo -esófago, colorrectal o páncreas- sino también en los de origen hormonal, como el cáncer de mama o de endometrio.

Uno de los datos más remarcables que el doctor ha facilitado en su conferencia es que en el caso del cáncer colorrectal cada kilo de más supone un aumento del tres por ciento en el riesgo de desarrollar un cáncer de este tipo. Además, según diversos estudios, la proporción del cáncer debido a la obesidad “es de entre el 15 y el 30 por ciento en los tumores colorrectales, del 45 por ciento en los de endometrio, del 43 por ciento en el adenocarcinoma de esófago, del 20 por ciento en el cáncer de páncreas, de un 20 por ciento en el de mama en mujeres postmenopáusicas y de casi un 30 por ciento en los tumores de la vesícula biliar”.

En ello intervienen diversos factores y mecanismos de tipo metabólico y endocrino. La buena noticia es que el proceso del cáncer es de inducción larga, de 10 o 15 años. Sin embargo, el Dr. González no duda en reclamar una actuación más efectiva frente a la epidemia de obesidad, que no sólo ha aumentado en la población adulta, sino también en los niños.

“Se debería asumir una actuación mucho más decidida por parte de la administración. Igual que se han logrado resultados muy positivos después de insistir durante los últimos años sobre el riesgo del tabaco en relación al cáncer, donde finalmente se ha hecho eco la prensa y se ha asumido por parte de la sociedad y de los políticos, tomando finalmente medidas de restricción”.

La dieta, el factor más determinante en la obesidad

La genética no tiene la última palabra en la obesidad. La causa debemos hallarla en la interacción de los genes con diversos factores ambientales, como la alimentación, el ejercicio y los estilos de vida. La genética proporciona la capacidad de ser obesos, pero estos factores ambientales determinan cuándo aparece y su magnitud. “De ellos, el más importante y determinantes es la dieta”, según afirma la Dra. Dolores Corella, catedrática del Departamento de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Valencia durante su intervención.

Hasta la fecha se han identificado más de 300 genes de los 30.000 que tiene el genoma humano relacionados con la obesidad. De este modo, no hay un solo gen que sea responsable de todos los kilos de más. “Lo que ocurre es que hay mutaciones en varios genes y cada uno de ellos contribuye a la ganancia extra de 1 o 2 kilos en personas con estas mutaciones”, comenta.

Un gen muy importante en la obesidad es el FTO, mutado en un porcentaje bastante elevado de la población, concretamente en un 17 por ciento. Esta variación genética se asocia con un mayor riesgo de obesidad. Pero sólo cuando se consume una dieta alta en grasas saturadas. “Estos alimentos aumentan en un 80% el riesgo de obesidad en personas con mutación genética respecto a otras que también consumen dietas altas en grasas saturadas pero que no tienen la mutación genética”, explica la Dra. Corella.

Del mismo modo, aunque una persona posea una mutación en estos genes, si tiene una dieta baja en grasas saturadas no se produce el aumento de peso esperado debido a su mayor riesgo genético de obesidad. El objetivo es poder ofrecer alternativas personalizadas para minimizar el riesgo genético asociado a la obesidad. “Si somos capaces de detectar estas mutaciones mediante un sencillo test genético y conocemos los factores ambientales, podremos actuar contra la obesidad”.

El ejercicio no tiene el mismo efecto beneficioso para todos

Está totalmente aceptado que el ejercicio es una actividad recomendable para mantener el peso y mejorar la masa muscular, el sistema cardiorespiratorio y el sistema metabólico. Sin embargo, no todo el mundo obtiene el mismo beneficio.

“Un 15 por ciento de las personas no consiguen mejorar su estado de forma tras veinte semanas de entrenamiento supervisado”, ha afirmado el Dr. J.A. Timmons, del Royal Veterinary College de la Universidad de Londres (Reino Unido) en su conferencia Interacción, genes y actividad física.

“Es por ello que estamos investigando hasta qué punto y de qué modo la fisiología puede determinar la respuesta al ejercicio de una persona a otra en base a parámetros metabólicos y cardiorespiratorios”. Se trata de estudiar cuáles son los genes que se activan ante el ejercicio para con ello poder desarrollar un diagnóstico personalizado.

La pirámide de la dieta mediterránea frente a la “pirámide del gusto”

Además de los genes y del ejercicio, en el primer simposio del X Congreso de la SEEDO los expertos también han hablado de cultura alimentaria.

El Dr. Jesús Contreras, director del Observatorio de la Alimentación de la Universidad de Barcelona, no ha dudado en destacar la importancia “de los avances en el estudio de la genética que se han producido en los últimos años, lo que está dando lugar a una genetización de la cultura y a una medicalización de la alimentación”.

Otro punto en el que ha incidido es que “cuando hablamos de alimentación sólo hablamos de alimentos, no de comidas. Y es importante saber qué se come pero también cómo, dónde y con quién”. Según el Dr. Contreras, sabemos poco sobre la naturaleza de nuestros hábitos, pero sí que es evidente que hay una serie de rasgos socioculturales que han cambiado y mucho en los últimos 30 años, como por ejemplo “la ruptura del aprendizaje culinario, recurriendo cada vez más a la comida rápida y a los platos precocinados, la mayor tolerancia y consentimiento en las preferencias alimentarias individuales, sobre todo en los niños, la proliferación de mensajes a veces contradictorios y el constreñimiento de los horarios, tanto individuales como familiares”.

Un concepto que ha introducido es la de la “pirámide del gusto” frente a la pirámide de la dieta mediterránea, que pone en evidencia que los alimentos más recomendados en esta última son los que menos gustan a la mayoría de la población. Y diversos estudios han comprobado que la mayoría come lo que más le gusta. “Además, el 43 por ciento de la población se identifica con prácticas que tienen que ver con la falta de tiempo, lo que repercute en la reducción del tiempo que dedicamos a las comidas”.